Un nostálgico Vive Latino

A lo largo de 17 ediciones he visto, escuchado y leído distintas posturas sobre el Festival Iberoamericano de Cultura Musical "Vive Latino", que inició a finales de los 90, siendo testigo de un sin número de agrupaciones de distintos géneros que ya pertenecen a la historia de este memorable evento. Por ello quiero hacer una reflexión sobre esta celebración musical (probablemente la más importante de México), que cada año está en medio de los reflectores y que hoy por hoy siguen siendo aquellas bandas de culto las que le dan vida, ya que sin ellas no sería lo mismo.

Dicen que en gustos se rompen géneros y creo que la globalización también nos ha orillado a conocer música de otros continentes, que hace algunos años era imposible de conseguir de primera mano. La tecnología rompió esas barreras para que tuviéramos acceso a ese bagaje y así complementar nuestro acervo musical; quien se diga músico o melómano de corazón sabe a lo que me refiero. Esa diversificación sonora me hizo pensar en que no todo lo que se escucha en el Vive Latino es malo, pero tampoco es de lo mejor, aunque algunos digan todo lo contrario. 

En ediciones anteriores, la incorporación de artistas de otros continentes y géneros como el reggaeton, cumbia, norteño, entre otros, causó mucha polémica desatando muchas críticas negativas, ya que la mayoría de los asistentes relacionaba al festival con el rock latinoamericano en el que no tenían cabida los demás. Sin embargo, su creador Jordi Puig, en una entrevista con Sopitas.com en 2014, mencionó que "el público que le gusta la música es más global, es más sofisticado y más abierto a escuchar de todo. Antes todo salía del rock. De ahí salían el discurso, los grupos, las tendencias, y ahora se diversifica y ese mismo discurso puede venir de un DJ, de una banda poppera, hip-hoppera, reggaetonera, o de rock puro. Pero todas convergen en que son bandas con actitud, que nos gustan y que por lo tanto pueden estar en el festival." 

Toda esa explicación parece coherente y a pesar de esa diversidad, no han surgido nuevos referentes, propiamente de la música nacional, que tengan una buena propuesta de calidad. Y esto me confirma que grupos como Caifanes, Café Tacuba, Maldita Vecindad, Tex Tex, La Lupita, Las Víctimas del Doctor Cerebro, Panteón Rococó, El Haragán, El Trí, La Cuca, Molotov y muchos etcéteras, quienes en cada edición le dan ese toque de alegría y nostalgia al festival, recordándoles a viejas y nuevas generaciones que el rock en México está vivo, siguen siendo el soporte de esa celebración y nos sume en una realidad de que hay una carencia de grupos con ganas de hacer la diferencia, porque para llegar a estas instancias se deben tener muchas tablas. 

Las versiones 2011 y 2012, tuve la oportunidad de estar presente e infortunadamente no escuché nada atractivo, alguna propuesta diferente. Tal vez me equivoque y a lo mejor peque de arrogante, quizá se deba a un cambio generacional, pero nada de lo "nuevo" me recordó a aquellos músicos con hambre de expresarse, ganas de brincar en el escenario con locura desbordada y alma roquera para hacer estallar los corazones de la gente, en cada palabra y cada tonada. 

Sin miedo a equivocarme, en este 2016, sucedió lo mismo y fue precisamente una banda de culto como Café Tacuba quien vino a darle el realce que necesitaba el festival. Aunque ya no son los jóvenes de aquellos años se les notó esa locura en cada momento, esa frescura y ganas de dejarlo todo en el escenario. Los años los hicieron más fuertes y demostraron que aún queda música para rato. 

Tal vez el público no lo note, porque también espera con ansias comprar un boleto y ser parte de esos momentos divertidos donde bailan, cantan, comparten con familiares y amigos, pero el Vive se ha convertido en eso, un escaparate que te permite por un fin de semana sacar el estrés, salir de lo común, una alternativa a ese cúmulo de problemas de la rutina diaria.

Vendrán probablemente más ediciones del Vive Latino con distintos formatos, y bandas con otras "propuestas", pero creo que ha caído en una zona de confort, porque también hay que decirlo, no todos los que asisten saben de música y no todos los que saben de música están presentes, y es ahí donde también recae el peso de lo que pueda exigir el público. Está bien que sirva de cobijo a las bandas que ya tienen su nombre bien grabado en la historia del rock nacional, un espacio en donde su música, con la que crecimos muchos, encuentra su templo de adoración, pero ¿Qué pasará cuando esas bandas dejen de existir?


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